Una vez al mes me paso por aquí para compartirte algo que siento te puede ayudar en tu camino de cultivar tu bienestar.
Y hoy quiero hablarte de una de las claves que revolucionó mi salud psicológica y física, y te lo voy a compartir desde mi experiencia personal.
Vivimos en una sociedad que continuamente nos dice que «Vivir bien es igual a sentirse bien»
Si me siento bien, todo está correcto y quiere decir que lo estoy haciendo bien.
Si me siento mal, eso está mal y por lo tanto, algo estoy haciendo mal.
La propia psicología, el coaching, el desarrollo personal, a menudo refuerzan esta premisa de que ir a terapia sirve para ayudarnos a sentirnos bien.
¿Por qué en esta premisa está la fuente del sufrimiento humano?
La vida nos trae cosas, a menudo difíciles (seguro que sabes sobre esto). Y experimentar dolor emocional es inevitable.
Rupturas, enfermedades, crisis económicas, conflictos, dificultades en la crianza, dificultades en el trabajo, dificultades en la pareja, pérdidas, etc…
En definitiva, vivir la vida implica experimentar pensamientos y emociones difíciles, es inevitable.
Pero como a nuestra mente no le gusta sentirse mal, y encima el contexto refuerza que sentirse mal está mal, empezamos a buscar formas de cambiar/aliviar ese malestar. Y es en esos intentos por dejar de sentirnos mal donde nos perdemos. Ahí está la fuente del sufrimiento humano. En lo que acabamos haciendo para no sentirnos mal.
Podría hablarte de muchísimas estrategias que encuentra la mente para evitar lo inevitable: beber, fumar, comer emocionalmente, darnos atracones de Netflix, compras, rumiar, hacer dieta, sobrepensar, sobreexigirnos, e incluso engancharnos al trabajo puede ser una forma de intentar no sentir dolor emocional. El problema de estas estrategias es que no solo no funcionan a la larga (sentirnos mal es inevitable), sino que acaban añadiendo más malestar a nuestras vidas, ¿tiene sentido esto para ti?
Desde que me separé hace 5 años no he parado de vivir cosas difíciles. Son esas rachas que parece que no se acaban nunca. En este tiempo, a veces he entrado en desesperación, te lo confieso. Y lo que me ha ayudado siempre es la perspectiva de que en realidad, esto es vivir la vida. Y que cuanto más me resista, peor.
Ahora estoy en un momento de cambios. Te contaba que me mudé hace poco. La enfermedad de mi expareja avanza, no se si sabes sobre la ELA pero es una de las enfermedades más terribles que existen. Mis hijos están pasando más tiempo conmigo. Para ellos esto está siendo muy difícil porque esto les ha pillado en la adolescencia, una época de por sí difícil. Y si eres madre o padre sabrás perfectamente que si los hijos sufren, nosotres también. A todo esto, se le suma que el año pasado tuvimos que llevar a mi madre a una residencia, y que estamos vaciando el piso de mis padres para venderlo, en fin, la vida misma.
Y pienso cómo sería este proceso si yo no hubiera aprendido de mis maestros budistas y mis profesores de ACT (terapia de aceptación y compromiso) y de terapia centrada en la compasión, la diferencia entre el dolor y el sufrimiento.
Como te decía, esto no está siendo nada fácil. Pero estoy siendo capaz de detenerme a cada paso del camino para observar y abrazar mi dolor y poder así seguir creando espacio a todo lo maravilloso que la vida me sigue ofreciendo.
Porque aunque a veces parezca que esto es demasiado, sigue habiendo una vida disponible para nosotres.
Y cuanto más abracemos y aceptemos, más probabilidad de de vivir eso, y cuanto más nos resistamos, más nos alejaremos.
Espero que lo que te comparto te sirva, lo hago desde el corazón. Ojalá puedas aceptar y abrazar el dolor para no añadir más sufrimiento a tu vida.
Me encantará saber cómo te va.
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