ENGANCHADA AL HACER

ENGANCHADA AL HACER

Hoy te traigo una reflexión que me ha estado acompañando estos días. Para mí octubre es muy mes muy intenso porque coinciden varias formaciones junto con el arranque de mi curso «Yo me cuido sin dietas» y con las sesiones de acompañamiento individual.

Y te confieso que veces me siento enganchada al «hacer». Creo que hay una línea muy fina entre la implicación en el trabajo y la adicción al quehacer. Y esa línea fina la cruzamos cuando el hacer está impulsado por el miedo a no ser suficientes, el escape o la evitación. Y a mi a veces me cuesta no cruzarla.

No sé si a tú a veces también te sientes enganchada al hacer, pero cuando funcionamos desde ese lugar, tenemos altas probabilidades de quemarnos. Y dejamos de vernos a nosotras.

Nos acercamos a las conductas alimentarias con mucha vergüenza, como si el comer emocional fuera lo peor del mundo. Pero son muchas las formas que puede adoptar la evitación. El trabajo, las compras, el deporte, el sexo, el perfeccionismo, la rumiación …

Algo que veo mucho en consulta es que el desencadenante del comer emocional es el sentirnos sobrepasadas por «el modo hacer».

El contexto social actual, además de estar impregnado de la cultura de la dieta, también nos impulsa continuamente a hacer cada vez más, en una espiral de logros y recompensas que puede no tener fin.

Por eso creo que es importante tomar consciencia de cuándo al subirnos a ese carro, además de buscar sustento, estamos buscando identidad, alimentar nuestro ego o tapar algo, como la sensación de vacío. Porque aunque lo que aparezca sea doloroso, seguir haciéndolo a donde nos lleva es a ser más esclavas de la dopamina. Pero esa consciencia solo puede surgir cuando paramos y creamos espacio para observar lo que hay.

CUANDO PARO ES CUANDO PUEDO CONECTAR CON LA AUTENTICIDAD DE MI SER

Lo que más me aporta la práctica del mindfulness es el comprender cómo funciona mi mente y observar con compasión los lugares a dónde quiere escapar. A veces paro y tomo consciencia de cómo la dopamina inunda toda mi mente.  Y aunque me cueste mucho, me quedo ahí, parada, observando con curiosidad todo lo que surge momento a momento. Y porque cuando paro, aunque me cueste, es en el silencio, cuando más puedo conectar con la autenticidad de mi ser.

Recuerdo que cuando me separé hace 2 años, cada vez que iba a yoga y llegábamos a sabásana (la postura de relajación del final), empezaba a llorar. No es que el yoga me pusiera triste, es que la práctica me llevaba dentro mío y cuando paraba podía ver con mucha más claridad el duelo que estaba transitando. Estuve así casi 3 meses, con mi paquete de pañuelos al lado. Hasta que un día dejé de llorar. Evidentemente no me resultaba agradable llorar silenciosamente en la clase de yoga, pero no dejé de ir, aunque me costara, porque sabía que ahí había algo para mi. Te cuento esto porque muchas veces no paramos porque no queremos ver lo que hay dentro, porque duele. Si tú te sientes así, no olvides que puedes recurrir a la ayuda de un profesional para que te acompañe.

Y recuerda, todas estamos en el camino.

Para terminar, te comparto este texto de Santa Teresa de Jesús que he encontrado por casualidad estos días mientras pensaba este post. Espero que te guste tanto como a mi:

Hay un lugar secreto.

Un santuario radiante.

Este magnífico refugio está dentro de ti.

Se valiente y camina por el país de su propio corazón salvaje.

Se amable y toma consciencia de que no sabes nada.

Estate quieta. Escucha.

Sigue caminando.

Nadie más controla el acceso a este lugar perfecto. Date permiso incondicional para ir allí.

No pierdas el tiempo.

Entra en el interior de tu alma


– Santa Teresa de Ávila

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